martes, 11 de septiembre de 2007

LA MAESTRA

Estaba con ambos codos apoyados sobre la mesa, junto a su hija que, tras grandes esfuerzos, lograba dar cierta forma a una figura en plasticina, que debía colocar en un pequeño armazón de alambre que simulaba una figura humana.
¡Fíjate bien! – dice su madre con paciencia – ¡La cabeza está muy pequeña en relación al resto del cuerpo!
¡Puchas! ¡No puedo! – Refunfuña la pequeña de ocho años con ansiedad por terminar luego su tarea e ir a jugar con sus amigas.
¡Hija! ¡Dime! ¿Hay algo que cueste poco en esta vida? – Preguntó su madre con sabiduría, sabiendo lo tanto que le había costado la suya.
Valentina se encogió de hombros.
Era una pregunta demasiado grande y complicada para ella.
¡No sé! – contestó con una mirada cansada y con un lápiz entre sus dientes, que le costó un pequeño golpe en el dorso de su mano derecha.
¡Ah! ¡No haré nada más! – Dijo la pequeña Valentina con aires revolucionarios y ceño fruncido.
¡Más, encima me pegas! – alegó molesta por la corrección de su madre pues, tiene la mala costumbre de morder el extremo superior de los lápices.-
¡Me da rabia! – siguió alegando - ¡La profesora de ciencias cree que es el único ramo y nos da tremendos trabajos!
¡Ya! ¡Ya! – Reconvino su madre con un tono más suave.
¡Es poco lo que falta para terminar!
¡Mira! ¡Es la pura cabeza! ¡Nada más!
¡Tú puedes! – insistió con vehemencia, para que su pequeña Valentina terminase luego su tarea, pues la espalda le dolía sobremanera producto del cansancio de estar gran parte del día de píe en una sala de clases.
¡Eso! ¡Así está bien! – le decía acariciando los largos y limpios cabellos ondulados de su hija que eran de un color negro azabache.
¿Ves, que puedes? – insistió la madre con una sonrisa, confirmando y destacando la capacidad, tesón y talento de su hija.
¡La profesora va a pensar que lo hice yo! – dijo a modo de piropo, mientras se acomodaba en la silla al lado de su hija.
Valentina, ahora, nada le decía. Estaba absorta en su trabajo que, sabía le estaba quedando bien.
Las pequeñas e inocentes manos, se movían en forma ansiosa para quitar cualquier detalle de su "obra de arte".
Estaba satisfecha. Todo su cuerpo así lo manifestaba.
Inclinaba su cabeza de un lado para otro en la medida que, ella, miraba su pequeña obra desde distintos ángulos para asegurarse que no había olvidado ningún detalle. La proporción de las orejas, el mentón, la nariz, la simetría de los ojos que tanto le costó y fue causa que, cuatro veces tomara la cabeza de ese pequeño cuerpo humano, simulado en plasticina, y lo hiciera una bola entre sus diminutos, delgados y blancos dedos.
¡Ya! – dijo satisfecha - ¡Ahora sí!
¡Mira, mamita! ¡Que lindo me quedó!
Se había parado de su asiento y a unos cincuenta centímetros de la mesa, indicaba la obra a su mamá que estaba guardando el resto de la plasticina en su caja original.
¡Sí! ¡Te quedó precioso! – respondió su madre con dos grandes ojeras bajo sus párpados producto de la jornada del día.
¡Te felicito! ¡Te pondrá un siete la profesora!
La pequeña Valentina, preguntó inocente: ¿Cuánto habrá demorado Diosito en hacerme la cara mamita?
Su madre hizo un gesto con su mano derecha, como queriendo decir que demoró mucho tiempo y luego dijo:
¿Con usted, mi pequeña princesa? ¡Nada! ¡Salió preciosa a la primera!
Valentina, tomando su trabajo que le demandó un buen tiempo, se dirigió a la mesa del living para que su papá, cuando llegara, lo viera.
¡Ojalá que a mi papito le guste! – dijo orgullosa y soñadora.
¡Por supuesto! – acotó su madre - ¡Quedará impresionado y encantado de tu arte!
¡Voy a jugar con la Meli en la casa de la Romi! – anunció la pequeña, mientras salía presurosa y cerraba la puerta que daba al jardín.
Verónica, no alcanzó a decir nada más porque, entre correr tras su hija que había traspuesto la puerta del living hacia el exterior, y contestar el teléfono; optó por lo segundo.
¡Aló! – dijo anunciando su presencia por el auricular.
¡Ah! ¡Hola, Rebeca! ¿Cómo estás?
¡Uff! ¡Imagínate! – continuó después de escuchar un par de minutos la acción catártica de su amiga y apoderada de Alejandra - compañera de su hija – a través del teléfono.
¡Recién terminó de hacer la figura humana! ¡Recién! – repitió elevando el tono de su voz y agudizándola aún más, para magnificar el tiempo y esfuerzo que demandó hacer el trabajo a Valentina.
¡No te puedo creer! – volvió a exclamar hablando para adentro, al mismo tiempo que se acomodaba para comenzar a hablar de las capacidades de su pequeña y talentosa hija.
¡Ella lo hizo sola! ¡Sooola! – volvió a repetir elevando el volumen de su voz y alargando la primera vocal.
¡Alegaba hasta por los codos! – contaba a su amiga, mientras se miraba las uñas de sus manos que, entre las yemas y el calcio endurecido, tenían trozos de plasticina atrapados y daban una impresión de falta de higiene y cuidado.
¡Es igual a su padre! ¡Alega y alega! ¡Al final, igual hace las cosas pero...!.¡Sí! ¡Sí.!..¡Ahhh...!
¡Mira! – decía con el teléfono entre barbilla y hombro, mientras ya había iniciado la tarea de limpiar sus uñas – ¡Total después toman el ritmo del estudio y la responsabilidad de hacer solitas sus tareas....!
¡Ahá! ¡Sí ¡Ahá! – decía mientras revisaba la uña del dedo meñique de su mano izquierda.
¡Ya! Monosilabeaba por el auricular, a medida que su amiga Rebeca le confiaba actitudes y dificultades de Alejandra, con cierto dejo de frustración al comparar a su hija, con la hija de su amiga Verónica.
En esos momentos, Verónica dejó de escuchar la catarsis de su amiga y ...

Estaba inclinada sobre una pequeña vertiente bebiendo, con ansias y rapidez, el agua que veloz se escurría por entre sus pequeñas manos.
Eran las cinco de la tarde y, su corazón agitado por la carrera – para probar quien llegaba primero a la vertiente entre sus cuatro compañeros – le impedía respirar bien a medida que el ansiado, frío y cristalino líquido ingresaba por su delgada tráquea.
Venían de regreso de la escuela. Ya habían caminado tres de las cinco horas que demoraban en llegar a casa.
¡Estaba rica la leche con las galletas! – comentó Jorge, su compañero, de cara colorada por las heladas matutinas, mientras se secaba las manos en su único pantalón de mezclilla.
¡Sí – agregó riendo de una maldad que recordó la pequeña Maruja.-
¡A la señorita le dije que no me había repetido las galletas y me dio seis más!
¡Aquí las tengo! – dijo llevando sus pequeñas manos, de uñas negras, al bolso de género donde llevaba dos cuadernos y un par de lápices.-
¡Se las llevo a mi hermanito Julián! ¡Le gustan mucho y siempre me pide!
¡Pobrecito! Se pone a llorar cuando no le llevo unas galletitas.
¡Es más re´llorón tu hermano! – dijo Esteban secándose la cara con el dorso de su mano. Llora por cualquier "custión".
¡Es chiquitito! – dijo la Maruja en defensa de su pequeño hermanito.
¡Vamos! – interrumpió Verónica - ¡Tengo que ayudar a mi mamá a sacarle leche a las vacas!
¡Vamos! – Dijeron todos casi al unísono y siguieron su regreso entre risas y brincos por el campo y cercas.
Rebeca, seguía hablando por el teléfono de sus tres hijos y de su esposo, con el cual llevaban nueve meses separados.
Verónica tenía una gran preocupación.
El profesor, le había dado la tarea de dibujar un paisaje.
Debía pintar hojas amarillas y tenía pocos lápices de colores. Le faltaba el amarillo, el azul y el verde. El estuche, con los pocos lápices que tenía, se le había quedado en la escuela, debajo del banco.
Estaba vigilando la leche que "soltó" el hervor y miró a través del vidrio de la cocina –estaba roto en la esquina izquierda de abajo y por donde entraba frío – al sentir que llegaba su papá con la moto sierra al hombro.
Todas las tardes eran iguales.
Ella, llegaba primero y después su papá con las botas llenas de barro, su pelo lleno de aserrín, su chaleco azul con los puños casi negros y un par de bolsos con dihueñes o castañas para cocer. Otros días llegaba con harina tostada para el desayuno y el almuerzo.
Llegaba su papá y siempre la hacía volar por sobre sus hombros.
La lanzaba al aire y la recogía asiéndola bajo sus axilas.
Llegaba con olor a humo, a madera. A veces con olor a vino.
Usaba unos pantalones con suspensores anchos. Eran del Tatita Lucas. El se los regaló cuando su papá estuvo de cumpleaños.
Suspiraba profundo, como tratando de acomodar sus pulmones y su estómago donde siempre, porque su papá – cuando la levantaba - creía que ella era un tronco más.
Medía cerca de un metro y ochenta centímetros. Parecía un oso.
No le hablaba mucho. Sabía que su papá la quería. Se sabía regalona de su padre, pero le tenía miedo. Tal vez era por el porte, porque era muy alto para ella o, tal vez, era por su voz que era muy fuerte y ronca.
Todas las tardes eran iguales.
Su mamá le servía la comida y ella le calentaba el mate en el brasero.
Después de la comida se tomaba un mate con leche recién ordeñada.
Ella se lo preparaba mientras su mamá, afuera a todo el frío, lavaba los platos.
Después el papá conectaba la batería y encendía la luz de la cocina donde ella tenía su pequeño escritorio.
Allí hacía las tareas. Sus padres solo la miraban porque no sabían leer ni escribir.
Con ella aprendían poco a poco. Ella era su profesora.
Tenía ocho años cuando comenzó a hacer clases en la escuela de su hogar.
Tenía dos alumnos: una de manos mojadas de tanto amasar y lavar, el otro de manos toscas de tanto cortar y talar.
Tenía dos alumnos y todas las tardes eran iguales.
Verónica, estaba aprendiendo a multiplicar. Ya se sabía la tabla del cuatro.
Esa le costó mucho a su mamá.
Ella reía y siempre se tapaba la boca porque le faltaban dos dientes.
Verónica, miraba su mamá y le daba un poco de pena.
Entre sumas y multiplicaciones - la pequeña - prometió trabajar para que, cuando fuera el dentista a la escuela, su mamá se arreglara los dientes.
Tenía dos alumnos y todas las tares eran iguales.

No tenía lápices de color. Tenía que dibujar un paisaje.
En silencio y, a escondidas, comenzó a gastar, en las puntas, unos pequeños trozos de leña quemados.
Su ingenio y paciencia se vieron premiados. Con esos pequeños palos quemados, a modo de lápiz, comenzó a trazar unas líneas que, poco a poco, dieron paso a unos árboles y arbustos.
Perdió dos hojas de dibujo hasta quedar satisfecha con el trabajo.
¡Había realizado su tarea!
Sus padres, llenos de impotencia por la lejanía del pueblo más cercano, vieron asombrados cómo su pequeña "maestra" había solucionado el problema y cumplido con su tarea.
Claro que, ellos, no supieron cuánto esfuerzo y cuidado le demandó llegar a la pequeña y distante escuela con la hoja de su dibujo intacta porque, a medio camino, tuvo que esconderse bajo unos árboles - junto a sus cuatro compañeros - de un chubasco intensísimo que duró cerca de media hora.
No supieron de la cara que puso su pequeña maestra, cuando el profesor que tenía cuatro cursos en la misma sala – con un total de dieciocho alumnos – le pidió la tarea.
¡Señor! – dijo muy queda y temerosa - ¡No tenía lápices en casa!
¿Cómo? – preguntó el profesor.
¿Hiciste la tarea Verónica?
¡Sí señor! – contestó ella – Pero tuve que dibujar con unos palitos quemados hechos carbón, porque ayer olvidé llevarme el estuche y se me quedó bajo el banco.
El profesor, un hombre delgado y de pelo corto y tieso, de cara dura pero muy bonachón, exclamó en voz alta:
¡Bendito olvido Verónica!
¡Miren niños! ¡Miren! – dijo con la hoja de block en alto.-
¡Su compañera hizo el trabajo con unos palitos quemados hecho carbón!
¡Miren! – volvió a insistir.-
¡Esto se llama creatividad! ¡Esto se llama responsabilidad!
Y, acercándose más a la pequeña niña que, muy limpia y bien peinada, lo miraba con sus ojos brillantes por la emoción y por el susto, le dijo:
¡Tú, llegarás muy lejos!
E insistió, usando un tono de voz más grave: ¡Triunfarás en la vida!
Sus padres, cuando fueron a buscar la libreta de notas al fin del año escolar, se encontraron con la sorpresa que, el dibujo hecho con carbón de su pequeña maestra, ocupaba el primer lugar en una exposición que montó el profesor a la entrada de la escuela.
"La Maestra" le decían sus compañeros cuando cursaba el sexto año básico.
Ella era de pocas palabras. En su interior libaba el sacrificio de sus padres y las palabras del profesor: ¡Triunfarás en la vida! ¡Llegarás muy lejos!
Vivía en el sur, al interior de Temuco, entre bosques y copihues. Entre cerros y ríos.
Siempre se entretenía mirando el humo blanco que salía por las chimeneas de las casas del pequeño campamento perdido entre bosques y caminos barrosos.
Pare ella, era un misterio que la lluvia torrencial no fuera capaz de vencer las columnas de humo blanco que subían al cielo en busca de libertad.
¡Quiero ser como el humo! ¡Así quiero ser!
¡No seré vencida porque soy hija del bosque y de la montaña!
¡Llegaré a la universidad y seré una profesional!
Estaba soñando, con la nariz pegada en el vidrio de la ventana de su pieza, pensando en el misterio de cómo el humo que subía, no era vencido por el agua que caía.
¡Verónica! ¿Me escuchas? – preguntó su madre que había terminado de amasar.
¡Deje de soñar y vaya a buscar la leña para la cocina!








¡Verónica! ¿Me escuchas? – preguntó su amiga a través del auricular.-
¡Verónica!
¡Ah! ¡Sí! – respondió ella.-
¡Oye! ¡Quiero pedirte un consejo porque, tú, eres una excelente profesora!
¡Ya! – dijo Verónica mientras posaba, con orgullo, nuevamente la vista en la figura que había terminado con mucho esfuerzo su hija Valentina.-
¡Fíjate! – continuó Rebeca – Alejandra tiene que hacer un dibujo. El tema es libre.
Eligió dibujar un paisaje....
Al profesor, Francisco, tú lo ubicas bien....¿verdad?
¡Sí! – interrumpió Verónica - somos buenos amigos.-
En realidad – agregó Rebeca – creo que es medio loco porque, le pidió a mi hija que hiciera el dibujo con lápiz negro o esos de carbón....tú me entiendes ¿cierto?
Existe una variedad de marcas de lápices y no sé cuál comprar para que haga su trabajo: unos son los comunes del número dos y también existen los portaminas de distintos milimetrajes.
Te pregunto, mi linda:
¿Qué lápiz aconsejas le compre?.....
No me aconsejes los que son de carbón..... ¡Por ningún motivo!.....de esos tuvo la Alejandrita. Se los boté todos porque se dejó la ropa imposible y me manchó todas las sábanas y paredes.
¿Qué lápiz aconsejas le compre?.....
¡Bip!...¡Bip!...¡Bip!...¡Bip!...¡Bip!...
¿Aló? ¿Aló?
¡Verónica! ¿Me escuchas?
¡Uf! ¡Se cortó la comunicación!
¡Ay! ¡Dios mío!
¿Qué tipo y marca de lápiz compro?
¡De carbón, no!
¡Vaya problema....!

Verónica, después de colgar el teléfono, se inclinó una vez más para observar el trabajo de su pequeña hija Valentina.
Suspiró y se llevó el dorso de su mano derecha a los ojos para secar unas furtivas lágrimas que silenciosas salieron de ellos, producto del recuerdo de su infancia y de su titánica lucha por ganarle a la adversidad.
Enderezándose, exclamó:
¡La facilidad que tienen algunos de hacer de algo simple, un gran problema!

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