martes, 11 de septiembre de 2007

FANTASIA DE NIÑO

Su hermana mayor, le contó cómo su papá, un día, había pintado con pinceles y acuarela ese cuadro que tanto le llamaba la atención. Él todavía no había nacido y lo hizo en la casa donde vivían antes, en un cerro de Valparaíso.Le decía que esos animales tenían mucha fuerza y que eran parientes de otros que también tenían cachos en su cabeza. Los otros eran los toros, que se ponían muy furiosos cuando veían a alguien vestido de rojo, pero que éstos eran tranquilos y muy trabajadores, se llamaban bueyes y que tenían mucha fuerza, tanta fuerza como una locomotora que tiraba muchos carros de un tren.Él miraba con sus ojos de niño cargados de fantasía y le gustaba escuchar una y otra vez a su hermana que le decía que, el caballero que iba sobre la carreta se llamaba Ño’Peiro, que iba al bosque a buscar leña y carbón, que la llevaba al pueblo para venderla y comprar comida para su señora y sus hijos.Se asustaba cuando le decía que en el bosque salía el lobo y otros monstruos que lo querían atacar y que él se defendía con ese palo largo que llevaba en su mano. Que en el bosque pasaba a saludar a Blanca Nieve y conversaba con los Siete Enanitos y que también conocía a la Caperucita Roja y a su abuelita.En su rostro se dibujaba una sonrisa, cuando su hermana le contaba que los bueyes le habían enterrado los cachos en la cola, al lobo malulo y, que había arrancado aullando al otro lado del bosque.
Un día, sin que nadie lo viera, se subió a una silla del comedor y, de un brinco se lanzó al interior del cuadro que su papá había pintado con pinceles y acuarela. Quería conocer a Blanca Nieve, a los Siete Enanitos y, a Caperucita Roja y, tanta era su ansiedad, que quedó todo embarrado porque el camino estaba muy húmedo y blando por las lluvias del sur.
Se sentó en la orilla del camino y cada vez que sentía un ruido, se paraba pensando que era el señor de la carreta quien venía. Su paciencia se vio recompensada porque, al poco tiempo sintió el ruido de las ruedas de la carreta y el resoplido de los bueyes. Echaban vapor por sus narices, igual que una locomotora y eran iguales al dibujo de su papá. Uno era de un color café medio rojizo y el otro de un color plomizo y tenían unas pestañas largas, muy largas y blancas. Sobre sus cabezas llevaban un tronco muy especial que los unía para que caminaran juntos.¡Hola! ¿Qué haces acá niño? – preguntó Ño’Peiro, deteniendo la carreta de bueyes¡Buenos tardes, señor! – Contestó tímidamente el niño con sus zapatos y pantalón mojados y embarrados.¡Ah! Te conozco, sé de dónde vienes – dijo pausadamente el carretero – ¡Vives allá! - dijo apuntando hacia una galería de grandes vidrios blancos y otros más pequeños de variados colores.Acompañado de la brisa fresca, que anunciaba la llegada de la tarde, giró sobre sus talones y se asustó.Allí estaban sus cuatro hermanas pintando unos dibujos sobre la mesa del comedor diario. Su hermana con la que más jugaba, que tenía un pelo claro casi rubio, estaba mordiendo un lápiz de madera. Siempre se dejaba la lengua pintada porque había que mojarlos un poco para que el color fuese más intenso.Estaban jugando a la Escuela y su hermana mayor era la profesora. Casi no se veía porque estaba atrincherada detrás de varios libros. Todas pintaban y la hermana mayor observaba y daba instrucciones. Su otro hermano, lo vio a través de los vidrios, estaba jugando con un perro gigante y cariñoso. Se llama Duque y con él jugaban a los caballos. A su lado estaba su hermano más chico sentado en el suelo. Todavía no sabía caminar y solo le veía la cabeza con su pelo con muchos rizos. Parecía que lo tenía pintado de un color azul porque el vidrio por donde lo veía era azul, de esos vidrios pequeños.Luego posó su mirada en una frutera que su mamá decía era de plata. Tenía muchos hoyos chicos y allí ponía los duraznos que su papá cosechaba del jardín y unas manzanas grandes y rojas del único manzano que había en casa. Reposaba sobre la cubierta del bufé que estaba ubicado en la pared que daba al exterior y que tenía grandes ventanas,.También paseó su mirada por el parrón que era inmenso. Allí jugaban a la pelota y hacían autos, micros y una diligencia con una carretilla del papá.Saliendo del susto y de su sorpresa, pudo observar el gallinero, en el fondo del patio trasero. Allí su papá y mi mamá tienen muchas gallinas y unos patos ganzos muy peligrosos. Le gustaba molestarlos y asustarlos y luego salía, junto a sus hermanos, arrancando y se subían al frondoso almendro que servía de escondite y donde hacían una casa imitando a la casa de Tarzán.Se imaginó y recordó cuando el patio trasero, en invierno, se llenaba de agua y parecía una inmensa laguna. Allí jugaban con unos barquitos de madera que les hacía su papá y su mamá siempre les llamaba, porque no quería que se enfermaran a causa de humedad y el frío.Luego miró hacia su izquierda, porque llegó a sus oídos una melodía que provenía de una radio pequeña que estaba en un rincón. Estaba sobre un apoyo de madera que era curvo. Allí se ponía con su mamá en las tardes a escuchar unas películas, cuentos del campo, cosas chistosas y tangos. ¡Todo eso lo sé! – dijo el campesino acomodándose en su duro asiento, adivinando los pensamientos del pequeño aventurero.¡Todos los días los escucho y los veo almorzar y cenar!También sé, cuando te has portado un poco mal y le has desobedecido a tu mamá.....¡Cuéntame ahora! – Dijo ño’ Peiro, arreglándose el sombrero de paja.¿Por qué no estás con tus hermanos allá abajo?¡Caballero! – quiero dar un paseo con usted por el bosque y conocer a Blanca Nieve y los enanitos y......... Escuchó su nombre. Era la voz de su mamá, que estaba tejiendo un chaleco para su hermano menor sentada en uno de los sillones de la galería, junto a su papá que estaba leyendo un libro. Lo estaba llamando porque no sentía sus pasos, ni su voz y porque no le había visto junto a sus dos hermanos, quienes estaban jugando a la salida de la cocina, bajo un pequeño techo donde lavaba la ropa.¡Señor! – dijo volviéndose al campesino, temiendo ser descubierto ¿por dónde salgo?¡Ven! ¡Sube a la carreta!Te sacaré por un lugar secreto, detrás de ese cerro amarillo. Allá hay una entrada secreta a tu casa y una escala larga que te conducirá a una puerta y saldrás por el espejo que hay en el pasillo de tu casa. ¡No temas! Saldrás por ese espejo grande, donde te miras todos los días.Dando un brinco, lleno de felicidad, se subió a la carreta tirada por los dos bueyes. Se olvidó que había escuchado que su mamá lo estaba llamando.No sentía miedo del hombre que conducía la carreta porque lo había pintado su papá. Su papá no pintaba hombres malos, por eso no sintió miedo ni desconfianza ante la invitación del carretero.Los bueyes, en verdad tenían mucha fuerza porque tiraban de la carreta que hundía sus grandes ruedas de madera y fierro en el barro.Subieron una loma detrás de unos árboles, mientras el carretero le contaba historias del campo y anécdotas de los siete enanitos y de Blanca Nieve que fue rescatada por un príncipe.Dando tumbos y bordeando un pequeño esterillo, llegaron al cerro amarillo que tenía un hermoso trigal. Ño’ Peiro detuvo la carreta frente a un matorral con muchas flores y, bajándose, le dijo que se abriera camino por entre las flores y allí encontraría un árbol gigante que tenía en su tronco una puerta.¡Hay dos ardillas allí! , ellas te abrirán la puerta y caminarás por un túnel iluminado por luciérnagas – le dijo el carretero.Al final subirás por una escala por unas paredes de barro..... arriba encontrarás una pequeña puerta que te permitirá salir al pasillo de tu casa a través del espejo.¡Vete que tu mamá te llama!
El niño saltó de la carreta y corrió para perderse en el espeso follaje de los arbustos pintados de flores de los más variados colores.Hizo todo el trayecto lleno de temor, corriendo a toda velocidad, detrás de las ardillas que lo conducían con unos pequeños faroles para que no cayera a causa de la oscuridad, hasta que encontró una escalera que subía y subía por unas paredes de barro y maderos fuertes de roble.Allí estaba la puerta y pudo ver el holl de la casa de sus padres.Salió con cuidado, a través del espejo, para no botar un florero que estaba sobre una mesa redonda de tres patas, evitando hacer ruido y llamar la atención.Ya del todo fuera se sorprendió al observarse frente al espejo. Se acercó con la intención de traspasar con su mano el misterioso vidrio. No pudo y, menos pudo comprender el encanto de haber podido salir a través del cristal y haber vuelto a su casa.Terminó de limpiarse el barro de su pantalón y, mirándose en el misterioso espejo se ordenó el pelo y su camisa. Luego caminó por el pasillo para abrir la puerta que daba a la galería donde estaban sus padres y sus hermanas jugando a la escuela.
Cuando llegó al lado de su mamá, puso su cabeza sobre la falda de ella, refugiándose en la ternura y seguridad que le ofrecían las manos de su madre.
Disimuladamente, miró el dibujo de acuarela que había pintado su papá.Allí estaba colgado en la pared de la galería muy cerca de una ventana que daba a la pieza contigua del inmenso comedor.
Por unos instantes fijó su mirada en el cerro amarillo que tuvieron que subir para encontrar, al otro lado, el árbol que tenía una puerta en su tronco. Reconoció la voz del carretero que algo gritó a sus bueyes y vio como pinchaba con el palo largo, el lomo del buey de color café rojizo para que tiraran la carreta. Tenía que cargarla con leña y carbón para regresar, antes que oscureciera, a su casa.

No hay comentarios: