A las diecinueve horas de ese veintisiete de septiembre, Jorge estaba sentado frente al teclado de su computador.
Había experimentado muchas cosas nuevas ese dieciocho de septiembre, y trataba de darle una explicación coherente y lógica a todo lo vivido.
Escribía – con gran rapidez – todas las imágenes y sensaciones que había experimentado.
No había tomado conciencia del talento que tenía, hasta que el veinte de septiembre - a las nueve horas - el teniente de carabineros se lo dijo:
¡Aproveche que tiene un computador y escriba lo que le pasó para que ayude a otros jóvenes!
¡Escríbalo!
¡Puede hacer un gran bien a sus compañeros del colegio!
¡Puede ayudar a sus amigos de la población!
¡Hágalo!
¡Buena suerte!
¡Vuelva por acá cuando haya terminado!
¡Nuestras puertas están abiertas para escucharle y ayudarle!
Aún tenía la imagen del teniente, cuando se sacó el guante de su mano derecha y se la extendió para despedirse en la puerta de su casa ante la mirada asustada y llena de preocupación de sus padres.
Eran las dos y veinte de la madrugada del sábado dieciocho de septiembre.
Las calles se veían vacías, porque mucha gente ya se había acostado.
Algunos estaban festejando el dieciocho en las ramadas oficiales y otros, en las distintas ramadas, que las comunas de la ciudad habían organizado.
Jorge, estaba en una de las tantas esquinas de su población junto a Miguel, un amigo ocasional. Se habían fumado algunos "pitos" de "yerba" y estaban tomando un "jote" sentados en el borde de la vereda.
Hablaban en voz alta producto de la ingesta de la tercera caja de vino tinto combinado con una bebida. Su sangre alcoholizada, más los dos "paraguayos" recién aspirados, les desinhibía de cualquier llamada de atención de los vecinos.
Jorge era el que estaba peor. Sus piernas no le respondían y sentía su cabeza de un volumen enorme. La sangre que circulaba a la altura de sus sienes golpeaba fuerte las paredes cubiertas de un cabello desordenado, grueso y largo.
Un Procedimiento de rutina.
Bastó una llamada telefónica, de una vecina del sector, para que una patrulla de carabineros se hiciera presente.
¡Tienen un nuevo procedimiento que realizar en la población "La Javiera" por dos jóvenes que están "cocidos y volados" y están causando problemas a los vecinos en las esquinas de Prat con Carrera! - se escuchó en la radio de la patrulla que andaba recorriendo las calles de la tranquila ciudad cordillerana.
El funcionario – un Teniente - que iba a cargo de la patrulla contestó la radio manifestando que ya iban en camino para realizar el procedimiento.
¡"Puchas" mi Teniente, otra vez, ya no aguanto más!
– dijo el carabinero que conducía la camioneta Luv.
¡Aguante no más sargento! – respondió el Teniente – hagámosla rápido para que pueda ir al baño.
¿Qué le hizo mal mi sargento? – preguntó un cabo, con quince años de servicio, que iba sentado atrás y con una visible cara de sueño y cansancio.
¡Apuesto que fueron las empanadas que le dejó la señora a la que se le había perdido su marido! – Agregó el mismo cabo con tono pícaro y malicioso.
¡Ja, ja, ja, ja! – rió el Teniente –
¡Le trajo unas empanadas añejas, porque jamás pensó que le traería tan rápido a su marido de regreso a casa!.
Es la quinta vez que el hombre se va de la casa – agregó el carabinero que iba en el asiento posterior mientras observaba las casas a través del cristal de la camioneta.
¡Debe ser harto jodida y pegar fuerte esa señora! - acotó el sargento que conducía el móvil policial, mientras sobaba su estómago y dejaba escapar improperios calibre cuarenta y cinco a causa de sus dolores y molestias.-
¡Eso le pasa por lacho mi sargento! – sentenció el cabo - ¡Por puro lacho!
¡Allí están! – dijo el Teniente
¡Deténgase y vamos por ellos!
Bajaron y solo encontraron a un joven.
Jorge, no era capaz de levantar ni siquiera un cordón de sus zapatillas nuevas de lo borracho y volado que estaba.
Miguel se había puesto de pie al sentir un vehículo que se acercaba y – como estaba en mejores condiciones que Jorge – echó a correr.
¡Los pacos huevón!
¡Los pacos!
¡Aprieta cachete que nos van a agarrar!
¡Miguel! – gritó Jorge, mientras tendía su mano derecha para que su amigo ocasional le ayudara a pararse y arrancar.
¡Maricón! ¡Chuche´ tu madre!
¡Maraco! ¡Mierda! – Gritaba impotente y desilusionado Jorge al ver que su compañero desaparecía del lugar.
Y, allí quedó moviendo la cabeza entregado a su suerte porque de una de las puertas de la camioneta, que se había detenido, bajó un carabinero.
¿Qué está haciendo aquí? – preguntó el oficial.
¡Nada! – respondió con su vista vidriosa y perdida y con acento agresivo producto del temor.
¿Cómo que nada cabrito?
Y ¿ésas cajas de vino?
¿Estabas celebrando con tu amigo el dieciocho?
¡Parece que se te perdió la ramada! – dijo el oficial.
¡Ponte de pie! – le ordenó con voz golpeada, mientras escuchaba la voz de una señora con cara de trasnochada que decía:
¡Menos mal que llegaron, porque hace rato que estaban haciendo escándalo!
¡Los hacíamos callar y nos contestaban con puras groserías! – agregó la vecina del sector.
¡Mire! Yo fui la que les llamó porque soy la presidenta de la Junta de Vecinos y nosotros nos preocupamos harto de los cabros marihuaneros.
¡Ya, señora! – dijo el oficial – ¡Nosotros le vamos a espantar la cura y lo llevaremos donde sus padres!
¡Qué cura oficial! – dijo la señora muy molesta y agresiva con al adolescente.
¡Este es uno de los tantos marihuaneros y drogadictos que no nos dejan andar tranquilas por nuestra población en la noche!
Y, agregó – exagerando - no puedo abrir las ventanas de mi casa, porque queda pasada a trago y marihuana.
¡Llévese a esa lacra de nuestra sociedad!
El Teniente, que estaba acompañado del cabo, tomó por el brazo al adolescente que tiritaba en forma muy visible y lo levantó con energía, mientras el cabo recogía las evidencias: tres cajas de vino tinto y la botella plástica de la gaseosa de dos litros.
¡Vamos chiquillo!
¡Nosotros te vamos a espantar la mona! – dijo en tono duro el Teniente.
Un paseo en Radiopatrulla
Fue introducido – evitando que vomitara - en la parte posterior de la camioneta policial, que tenía sus balizas encendidas, aumentando más el temor y la falta de equilibrio que Jorge necesitaba para mantenerse erguido por sí mismo.
Un golpe seco y la oscuridad, le hizo saber que estaba detenido en el interior de la "cuca".
El encierro le hizo caer en un estado de nerviosismo tal que se puso a reír de un modo histérico, pasando bruscamente al llanto.
¡Pacos "culiaos"! – decía en voz baja entre convulsiones y sollozos.
Bruscamente su cuerpo golpeó una de las frías paredes de la camioneta.
Era llevado a la comisaría.
El viaje se le hizo interminable, pues la patrulla aprovechó de dar varias vueltas por la populosa población para cumplir con la rutina de siempre. Rutina que adormecía las piernas y hacía posible que el frío comenzara a apretar la vejiga generando un deseo imperioso de orinar.
El sargento apuró la marcha del vehículo policial porque su necesidad fisiológica, era cada vez más urgente. Llevaban más de tres horas realizando procedimientos desde que iniciaron su turno.
Atrás, Jorge, producto del apuro del sargento terminó de despabilarse y comenzó a tomar conciencia del lugar donde estaba.
¡Mis viejos me van a sacar la cresta!
¡A la cresta el niñito inteligente y tranquilo!
¿Qué chiva les voy a meter?
No pudo contener su contaminado estómago a causa de la ingesta de vino, más los giros que hacía la camioneta y vació su estómago en el interior de ésta.
Transpiraba y su cabeza la tenía a punto de reventar.
El sargento, sí que tenía urgencia por llegar luego al baño, por tal motivo la detención del vehículo frente a la ansiada comisaría no fue suave.
Jorge, que no pudo con la inercia de la trayectoria y velocidad del vehículo, bruscamente se sintió lanzado hacia un lado y hacia delante, chocando contra la parte posterior de la cabina policial para luego caer sobre el duro, helado y sucio piso a causa de sus vómitos.
Sus manos fueron las más afectadas y parte de su pantalón.
¡Ya muchacho!
¡Se acabó el paseo por la ciudad!
¡Abajo! – le dijo el cabo haciendo gestos con su mano derecha para que descendiera del vehículo.
Jorge había asomado su cabeza por la puerta posterior del vehículo para iniciar su descenso, cuando escuchó la voz autoritaria del Teniente:
¡Déjalo adentro no más!
¡Tenemos un accidente arriba en el kilómetro 87!
¡No podemos perder tiempo en papeleos, trámites y declaraciones con ese cabrito!
¡Mételo y anda a apurar al sargento!
Una loca carrera por salvar vidas
Jorge, que ya estaba un poco más familiarizado con el reducido espacio, se acomodó sobre un tosco e improvisado asiento de listones de madera que estaban a la altura de las ruedas posteriores del vehículo policial.
Levantó su mano derecha y se afirmó de una de los goznes de la puerta posterior de la camioneta.
Conocía el camino.
Sabía con cierta exactitud dónde había ocurrido el accidente.
Lo que nunca había experimentado era la velocidad – el vehículo en algunas rectas alcanzó los ciento cuarenta kilómetros por hora – en la parte posterior de una camioneta policial que no brindaba las comodidades de un auto.
A eso había que agregar el ruido de las sirenas y la luz roja de la baliza que alcanzaba ver por la reducida ventana asegurada con una rejilla muy segura y tupida. Por allí entraba el frío a más de cien kilómetros por hora.
Eso terminó por hacerle volver a la realidad.
¡Mierda! ¡En la que me metí!
¿En qué estaba que me hice amigo de ese maricón?
Quince minutos duró la carrera contra el tiempo que tenían esos funcionarios policiales. Tras ellos venía la ambulancia y un carro especial de rescate.
Siempre ese era el orden. La llegada era –según la gravedad y magnitud del accidente – casi simultánea.
El cuadro no era de los más acogedores.
Un camión estaba detenido, atravesado en la ruta y con su acoplado volcado del cual salía un olor muy intenso.
A unos cien metros había un vehículo particular volcado y gran parte del lado izquierdo del conductor prácticamente arrancado de su estructura.
Cinco jóvenes viajaban al interior del moderno automóvil.
El conductor milagrosamente se conservaba aún con vida atrapado en la frágil carrocería. El volante lo tenía incrustado en su parte abdominal, lo que le hacía respirar en forma muy dificultosa.
El teniente, junto al sargento y el cabo, se bajaron para constatar la magnitud del accidente y reportar de inmediato el estado de los lesionados.
Tres habían muerto en forma instantánea.
Una adolescente había sido expulsada por el parabrisas totalmente destruido.
Un recuerdo doloroso
El sargento con veintitrés años de servicio, aún no podía olvidar su primera experiencia de un procedimiento por accidente de carretera.
Eran tres jóvenes de unos dieciocho a veinticuatro años.
Tres "occisas de sexo femenino", como debía reportar en el libro de turno o población.
Allí estaba el sargento - con su potente linterna iluminando el desarmado auto salpicado de sangre y de desordenados objetos personales de sus ocupantes que habían salido expulsados de su lugar de origen a causa del brusco cambio de velocidad.-
Sus ojos los tenía nublados y llenos de lágrimas por el recuerdo de esa primera experiencia. Había cumplido veinte años en es entonces.
También – en esa ocasión - habían muerto tres niñas jóvenes y, una de ellas era hermana de una amiga que había salido sin el permiso de sus padres. Regresaba de una fiesta.
Había que cortar latas para poder sacar los cuerpos de los dos heridos graves, por eso el aviso que el carro de rescate de los bomberos venía en camino y estaba a la altura del kilómetro setenta les dejó un poco más tranquilos.
Ver los cuerpos de tres jóvenes recién fallecidos y de un modo tan violento, a nadie deja indiferente.
En un momento – después lo reconoció - el teniente se acordó del adolescente que había tomado en una de las esquinas de "La Javiera".
El ver unas botellas de pisco en el piso del vehículo siniestrado y, unos papelillos de "yerba" en unos de los bolsillos interiores de la chaqueta de cuero de una niña, cuando buscaba su identificación, le hizo girar bruscamente sobre sus talones.
¡Tráigame para acá al "droga" que tenemos adentro! – ordenó al sargento.
¡Mi Teniente!, tal vez sea muy duro y traumático para el cabrito ver esto – le reconvino el sargento – recordando su experiencia de años atrás.-
¡Tráigalo para que sepa a qué se expone ese huevón de mierda! – dijo el teniente con voz gruesa cargada de autoridad y adrenalina.
¡A ver si se le quitan las ganas de andar volándose y tomando por ahí!
Una visión fuerte y traumática
Ese fue un duro golpe para Jorge.
Allí definitivamente se le espantó el efecto de los "jotes" y de los "paraguayos".
Se acercó al automóvil y el estómago se le revolvió nuevamente. Corrió a la orilla de la carretera para vomitar.
El carro de emergencia de los bomberos había llegado junto a la ambulancia y a un carro de una funeraria.
El sargento aprovechó ese momento, para tomar al impactado adolescente y, lo introdujo nuevamente en la parte posterior del vehículo policial.
Pudo notar, mientras le conducía asido del brazo, que tiritaba por la visión tan brusca, inexplicable, dantesca, violenta, trágica e inesperada que había tenido que ver.
Jorge observó su reloj. Señalaba las cuatro un cuarto de la madrugada cuando nuevamente el vehículo se puso en movimiento.
Habían transcurrido unos cinco minutos de viaje cuando el vehículo policial se detuvo.
Un primer acercamiento humano
Sintió que la puerta se abrió para dar paso a un cielo estrellado y al rostro del teniente que le dijo:
¡Abajo chiquillo! ¡Sube adelante con nosotros!
Se sentó en el asiento posterior de la camioneta de doble cabina al lado del cabo.
Ninguno hablaba. Todos venían pensativos, para ellos, eso era parte de su trabajo y rutina. Tenían ya varias experiencias de accidentes automovilísticos y, seguramente muchos más cruentos y violentes que aquél que quedó atrás y que pasaría a formar parte del informe de rutinas policiales de esa noche de Fiestas Patrias.
Los cuerpos habían sido levantados por orden verbal del juez y se dirigieron al hospital de la ciudad para continuar con los procedimientos del ingreso de los dos heridos graves, más el chofer del camión internacional junto a su acompañante que solo tenían policontusiones de carácter menos graves.
La constancia y parte policial
A las cinco de la madrugada estaban nuevamente en la guardia de la comisaría.
Jorge había entregado sus datos personales al oficial de la segunda guardia nocturna.
Debía ser dejado en el domicilio de sus padres por la misma patrulla y entregarle al padre del menor una citación al tribunal.
¡Vamos a dejar primero a la señora que vino por la pelea y luego al cabrito! – dijo el teniente al sargento.
¡No le digamos nada, que el "cabro" leso vea en qué líos se mete y ojalá se le quitan las ganas de seguir volándose con yerba y tomando sus "jotes" por ahí! - agregó.
Jorge estaba un poco más tranquilo y se sentó en el asiento posterior. A su lado sentaron a una señora media rubia, que venía aún alterada por una discusión con su marido que había tenido ribetes muy violentos.
¡Dejamos a la señora y nos quedamos allí hasta que el marido retire sus cosas más esenciales! - dijo el teniente al conductor del móvil policial.
Era muy cerca, se bajaron y atrás, en otro vehículo venía el marido de la señora quien también ingresó al domicilio.
La primera lección en terreno
El teniente – contraviniendo tal vez la lógica de un procedimiento pero, con la clara intención, que el adolescente que había sido detenido, observara otra realidad – se acercó a la camioneta y dijo a Jorge:
¡Bájese usted también y quédese callado! ¡Solo observe y nada más!
¿Me entendió? – preguntó el teniente mientras caminaban hacia la puerta de ingreso del domicilio.
¡Se va a quedar parado en la entrada sin mirar, solo va a escuchar y nada más! - volvió a repetir con gruesa y firme voz.
Lo que escuchó, en realidad fue algo fuerte. El drama de esa familia no era simple. Recordó las discusiones de sus padres pero, nunca se habían faltado el respeto, nunca habían golpeado con "patadas" y "combos", tampoco se habían lanzado cosas por la cabeza. Escuchó cómo la señora agradecía la intervención de los carabineros, porque habían sido delicados con la situación. La señora comprendió muy bien que ambos deberían estar detenidos hasta que pasaran las Fiestas Patrias y luego pasar al Tribunal.-
¡Les ofrezco un café! ¡No demoro nada en preparárselos! – dijo impulsiva ella.-
El teniente agradeció el ofrecimiento, haciendo un gesto con su mano izquierda y un movimiento con su cabeza, mientras atendía un llamado que recibía en la radio que había puesto sobre la mesa del comedor de la casa habitación.
¡Gracias señora! – dijo en un tono muy educado, pero tenemos que seguir.
¡Hoy tenemos mucho trabajo que hacer!
¡Comprendo! – dijo ella - ¡Pero vuelvan cuando tengan un tiempo! ¡Se toman un café y se van.!
Luego agregó en tono más familiar. ¡Los esperé!.
Se despidieron en silencio.
Jorge les observaba a través de la puerta y escuchó todo con gran curiosidad.
Se dirigieron al sector sur de la ciudad, por un camino oscuro y en pésimo estado.
Llegaron tarde al lugar del siniestro, pues la persona ebria que había estado molestando a su esposa, de la cual se había separado, ya se había marchado del lugar ante la amenaza del llamado a carabineros.
Su realidad personal y cuestionamientos
Luego – como estaban relativamente cerca – hicieron una visita de inspección a una "Disco". Ingresó con ellos y para su tranquilidad no vio a ningún conocido suyo. Había pocos jóvenes en su interior que bailaban al compás de una música "Tecno". Allí sintió un golpe fuerte y se preguntó: ¿Qué hacía él por divertirse en forma sana? ¿Por qué se había enredado con Miguel y había caído en la droga?
En los estudios no le iba mal y estaba por terminar su Enseñanza Media.
El problema estaba en su casa. Las discusiones de sus padres. El tiempo que estaba solo era mucho. Sus padres llegaban a casa después de las diez de la noche y él tenía desde las seis hasta las diez, de lunes a viernes para hacer y salir donde se le diera la gana. La soledad no era su mejor compañera. Eso lo sabía y muy bien. Los sábados avisaba donde podría estar y salía sin más. Sus padres salían por su propia cuenta. Su papá con sus amigos y su mamá con sus amigas. Algunos sábados, Jorge llegaba antes que sus padres a casa. Ellos rara vez salían juntos. Entre ellos, las cosas, hacía tiempo que no iban bien.
Segunda lección en terreno.
Sintió una presión en su codo derecho que le hizo volver a la realidad.
¡Vamos chiquillo! – dijo el teniente en forma disimulada.
Él salió detrás de ellos.
En la camioneta policial, el teniente le dijo en buen chileno:
¡Dime huevoncito! ¿Cuánto te cuesta el fumarte unos pitos? ¿Cuánto te salió la volá’ y la tomá’ de esta noche? ¿No crees que con esa misma plata se pasa mejor en una disco que en la calle?
¡Fíjate! – continuó con sus consejos el teniente – en una disco nosotros ni siquiera te vamos a mirar porque si miramos, miramos a los que ya tenemos en la mira, ¿Entiendes?
¡En cambio en la calle la cosa es distinta, corres más peligro!
¡Sí, mi teniente! – acotó el sargento mientras conducía el móvil - pero en las discos la cosa no está muy bien porque también andan varios "patos malos" que se disfrazan de lolos para hacer sus maldades.
¡Acuérdese de la última pelea que hubo acá no más!
¡Sí!, pero nunca hay tanto peligro en un local cerrado como en la calle.
¡Afirmativo! ¡Usted gana mi teniente!
¡Usted gana! – dijo el sargento mientras subía la ventanilla de la camioneta.
Un amanecer y llegada a casa diferente
Eran las seis de la mañana y ya el cielo comenzaba a dar señales que en unos minutos más amanecería.
El móvil policial se dirigió en dirección a la casa de Jorge para ser entregado a sus padres según correspondía al procedimiento.
Jorge, les rogó que lo dejaran en la puerta de la casa, pero el teniente lo puso en su lugar y sin más trámites llamó por su celular al número que Jorge había dado de su casa para hacer el procedimiento más reservado.
Habló con el padre de Jorge - quien se levantó muy asustado - y le entregó la citación para el veinte a las diez horas.
Debía asistir al Juzgado de Policía Local..
El Consejero
El teniente, al interior de la casa narró en breves palabras que su hijo había tenido que escuchar algunas cosas y ver otras muy fuertes pero que, eso valía mucho más que su hijo pasara una noche encerrado.
¡Pasa mucho tiempo solo! – denunció el Teniente –
Y, agregó: ¡El poco tiempo que ustedes estén en casa escúchenlo!
¡Escúchenlo y escúchenlo! - dijo enérgico y convincente
¿De acuerdo? – terminó diciendo el teniente mientras se sacaba sus guantes para despedirse de los padres de Jorge, el "Droga" como le bautizó.
Recordando las lecciones y un compromiso
Jorge, mientras digitaba en el teclado las ideas que le venían a la cabeza, aún recordaba la escena que hizo su mamá cuando vio a los carabineros en la puerta de calle junto a él.
¿Valdrá la pena escribir que, los pacos no son tan mala onda como uno se los imagina?
¿De qué servirá que los demás sepan que esos locos con uniforme pasan hambre, frío y que trabajan como chinos mientras nosotros la estamos pasando bien?
Pero igual hay algunos que son bien cara dura y prepotentes – se decía en voz alta.-
Y recordó las palabras del teniente:
"No olvides que cuando, tú, con tus amigos se fuman un pito, nosotros andamos buscando a los "niñitos irresponsables" para que, aparte de no volarse, no les pase nada.
¿Crees que eso es justo?
¡Dime cabrito!
¿Crees que vale la pena hacer de malo de la película, para protegerlos de otra más grande?
Ojalá que, con lo que has visto esta noche, te convenzas que nuestro trabajo es, precisamente, ayudarles para que no se enreden en esa porquería de la droga".
Puso sus codos sobre la cubierta de la mesa y con las palmas de sus manos se tomó el rostro. En un impulso y fuera de control tomó el Mouse, marcó las dos páginas que había comenzado a escribir y luego pulsó la tecla SUPR.
Borró todo lo que había escrito de su experiencia.
¿Quién me va a creer lo que hicieron los pacos conmigo?
¡Nadie!
El lado oculto de un Carabinero que no se reconoce
Apagó el computador y se quedó con una sensación extraña.
Sintió que estaba traicionando a unos hombres que le mostraron el lado oculto de una profesión mal comprendida por la sociedad.
Conoció al hombre vestido de uniforme verde con sueño, cansado, con hambre, que arriesgaba su vida cada vez que tenía que salir a la calle.
Sintió la calidez de una persona humana y recibió una gran lección.
Descubrió que el paco rudo, bueno para hablar golpeado, en la madrugada se convertía en un consejero matrimonial, en un socorrista de moribundos, en un salvavidas y consejero de jóvenes desorientados.
Volvió sobre sus pasos, inició el computador y comenzó a escribir.
"Eran las dos veinte de la madrugada del sábado dieciocho de septiembre."
"Las calles se veían vacías porque mucha gente"........
martes, 11 de septiembre de 2007
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